Antes que tu cara, llegó primero tu olor.
Aquel olor de las noches álgidas
cuando nos desvestíamos el alma
y hacíamos el amor sin rozarnos.
Gotas suaves que escapan de tu ombligo, la respiración a agitada de un poema con final divino.
El éxtasis se deja tentar por la calma de la noche y descansa.
La habitación se queda sin palabras.
Tengo el pecho tatuado con el tuyo, tus piernas refugian mi cintura
y el reloj esconde su tic-tac
bajo nuestra almohada.
Y entonces, el alba se introdujo en su cuerpo y sus pechos se volvieron rosas.
Desde aquella vez, resplandecen sus ojos cuando me mira.
El día ve dilapidada la ropa interior de la noche. Inspira, suspira.
Oscurece y aún la protege mojada de ilusión.
Abrilv
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