Huellas, rastros
que endebles persisten, letras buscando sus renglones, anhelos encrucijados en
cartas sin remitentes, en bares manchados de alcohol, en memorias que nos acarician
de noche.
Secuelas, heridas
que nunca cierran, que se quedan como tatuajes en un cuerpo ya sin blancos, que
nos dejan como dudas sin veredicto, como monstruos del amor, como huérfanos
llorando en el fruto de la vida.
Así actuamos,
de culo al telón de la apatía perversa, que nos queda como careta mal puesta,
esperando que las manos del tiempo nos la arrebaten para consumirme de una vez
por todas, mejor mañana y no ahora.
Destellos que siguen
encandilando hasta con los ojos cerrados, queman como mirar el sol fijamente,
luces que se prenden y apagan sin piedad, luces que nos exponen cuando dejamos
de corresponder a un cuerpo foráneo, y éste a su vez ha dejado íntegra la
temperatura del propio.
Así se rasga el
empalme, justo cuando aparecen las últimas descargas revelando que todo fue
acomodado a nuestros miedos, cuando se recuestan en la lejanía, cuando se defraudan
los recuerdos, cuando lo entendemos todo, cuando lo invisible nos ataca con exactitud
a cada uno de nuestros sentidos y de repente no tenemos la suficiente
inteligencia para descifrar esto que nos pasa, esta tortura invariable que nos
toca resistir.
AbrilV.