Mi sentencia no estaba
escrita aún. Me quedaba una oportunidad, tenía que lucirme.
Alguien una vez me apodó como el zar
del enredo, maquiavélico por naturaleza, así que algo tenía que hacer.
Cinco minutos, un escudo y mi maestría
en trampas era lo que me quedaba para ganar. Recluso de mis propias cizañas
hablé, lloré y, por supuesto, mentí. El Rey del changüí me coronaron. Cada una
de mis palabras estaba unida cuasi magistralmente con la otra, formando así el
soneto de la falacia. Mientras relataba mis poesías y cuentos inverosímiles iba
empalagando a cada uno de los jueces, caían uno a uno. Finalizados los cinco
minutos, respiré y supliqué por última vez que me creyeran. La otra parte pidió
un receso. Yo me opuse, no quería esperar más, la ansiedad me estaba matando de
a poco. No hubo vuelta atrás, se suspendió el juicio.
Mi defensor me tendió la mano y me
felicitó. Me comentó lo real que sonaron mis relatos, y que por un momento
hasta él se los había creído. En ese instante me ilusioné y debo reconocer que
mi ego se agrandó un poco más, sin saber que iba a ser la última vez.
El receso se me hizo eterno, cada
minuto parecieron horas, pero la campana sonó anunciando la vuelta.
Todos me observaban, con su mirada me
injuriaban y me hacían sentir cómo un átomo dentro de una galaxia. Otra vez
volver al ruedo, enfrentando a mi peor enemigo, el que contrarrestó cada uno de
mis vocablos, ganándome por knock out.
Me destruyó, otra vez caí en su
trampa, usó su caballo de Troya. Un golpe bajo, palo y a la bolsa, eso hizo
conmigo.
Me ganó, y no me di cuenta.
Me confié, mi ingenuidad fue más grande que me habilidad. ¿Cómo imaginé que le
iba a ganar? Conocía mis
debilidades y fortalezas, me conocía.
Si me hubiera acordado que
ella era la que me apodó Zar del enredo, maquiavélico por naturaleza, puedo
asegurar que nunca me hubiese presentado al juicio. Era inganable, estaba tan
lastimada que no le importó nada, atacó con todas sus armas.
Yo quedé abatido, desganado. Lo único que me quedaron fueron las
memorias de mis días con ella. Hoy las fusiono con palabras agradables y
pegadizas formando poesías y cuentos inverosímiles que tal vez me sirvan en un
futuro juicio.
Abrilv